pasaba por allí/Olga Heras
La encrucijada del PP
Las esperanzas del PP de ganar los próximos comicios municipales y regionales radican en sacar de la abstención a su votante tradicional

La crispación se ha instalado en la vida institucional madrileña. Desconfianza, provocaciones y agresividad verbal se han convertido en algo demasiado cotidiano entre la clase política de los ayuntamientos e instituciones de la región, donde la convivencia (la misma que en algunos momentos ha transitado por el peligroso sendero de la connivencia) amenaza con romperse, acompañando un escenario en el que izquierda y derecha exhiben virulentamente sus más ancestrales diferencias.
La guerra se ha impuesto en todos los aspectos de la vida de los madrileños y un PP desorientado, atrincherado sobre sí mismo y mudo en su argumentación (son muchos los que en privado disienten del conflicto en Irak, pero públicamente entonan las correspondientes alabanzas a su gran estadista José María Aznar) soporta con tensión los efectos locales que se derivan de una intervención armada rechazada, no conviene olvidarlo, fundamentalmente por los ciudadanos.
El aislamiento popular, más allá del aprovechamiento que de él hagan el resto de formaciones, es un hecho, que además ha dejado en plena precampaña atados de pies y manos a sus candidatos a estos comicios municipales y autonómicos, en los que las "esperanzas" de esta formación radican en sacar de la abstención a su votante tradicional. Pocas expectativas en estos momentos de movilizar otro tipo de voto (tal y como pasó en anteriores elecciones con colectivos como el de los jóvenes), máxime cuando el discurso electoral como tal parece haber sido engullido por las fauces de la política internacional.
El PP se queja, con toda la razón, de ser objeto de agresiones verbales, de sufrir desperfectos en sus sedes y de no poder siquiera plantear su programa en un clima de normalidad, pero se equivoca cuando trata de atribuir todas sus dificultades a las enfervorecidas huestes movilizadas por el PSOE e Izquierda Unida. Es obvio que ambas formaciones (ni más ni menos que como hizo el PP cuando atisbó la caída de Felipe González) tratan de sacar la mayor rentabilidad posible al "cabreo" de la población, pero no hay que olvidar tampoco que el adormecido ciudadano llevaba tiempo sin responder masivamente, como ahora es el caso, a las arengas de estos dos grupos políticos y, sobre todo, que el contundente "no a la guerra", que ha resonado por plazas y calles de esta Comunidad, ha surgido al margen de ambas formaciones.
En cualquier caso, no se puede negar que los partidos están derivando hacia una radicalización de sus posturas y que esta crisis está teniendo otros efectos mucho menos perceptibles en la génesis interna de todas las formaciones. Si IU ha recuperado discurso y objetivos, el Partido Popular parece haber perdido su capacidad de maniobra.
El PP centrista, moderado, imbuido de un aura liberal y progresista, esa que con tanta maestría ha escenificado en los últimos años el presidente autonómico, Alberto Ruiz-Gallardón, tiene poco que ver con los modos y maneras que vuelven a aflorar en una parte de esta formación. Del buen hacer y la tolerancia que caracterizaron a Pedro Núñez Morgades al frente de la Delegación de Gobierno, los madrileños han pasado a sufrir un delegado de Gobierno, Francisco Javier Ansuátegui, incapaz de establecer una línea de diálogo con los ayuntamientos de la región, incapaz también de satisfacer las reivindicaciones de la propia policía y excesivamente resuelto a la hora de aplicar la represión policial.
Cierto que hay grupos radicales violentos que es necesario erradicar (sus actuaciones sólo pueden dar alas a reaccionarios discursos y a desvirtuar un pacifismo cargado de sobradas razones), pero no es menos cierto tampoco que la violencia tiene dos direcciones y como una imagen vale más que mil palabras, resulta difícil comprender qué provocaciones violentas pudo realizar una manifestante reclamando asistencia sanitaria para una amiga, para hacerse acreedora de la fiera agresión de un efectivo de la policía. Ansuátegui es la personificación más dura de un PP que debería escapar a la tentación de incurrir en el exceso.
La actitud de Ruiz-Gallardón, poniendo al mal tiempo la mejor cara posible, es un buen modelo a seguir (el presidente autonómico ha mantenido el tipo en los abucheos recibidos, incluso mantuvo la compostura en las que fueron tal vez las horas más amargas de su mandato; su despedida del Hemiciclo vallecano entre las protestas de los grupos de la oposición), aunque de poco valdrá si el resto de formaciones y colectivos no hacen todos los esfuerzos posibles por impedir (aunque no tengan nada que ver con ellos) los brotes de violencia callejera. Los cargos públicos y candidatos del PP tienen todo el derecho a moverse libremente sin sentirse coaccionados, a lanzar en cualquier foro sus propuestas, a no ser tildados de asesinos, pero tienen también la obligación de entender y respetar, sin triquiñuelas ni engaños, las manifestaciones de rechazo que genera el saberles parte de un partido declarado así mismo copartícipe de una ilícita guerra. Un conflicto que ha soliviantado a tantos millones de personas, también a los madrileños.